La
eutanasia del estado.
Eutanasia,
según indica el DRAE, es la acción u omisión que, para evitar sufrimientos a
los pacientes desahuciados, acelera su muerte con su consentimiento o sin él.
También indica el DRAE que eutanasia es la muerte sin sufrimiento físico. La
palabra deriva del griego: ευ eu (‘bueno’) y θάνατος thanatos (‘muerte’).
Para la
catedrática Marina Gascón Abellán la eutanasia consiste en provocar la muerte
de otro por su bien, lo cual conduce necesariamente a acotar las circunstancias
y supuestos (mayoritariamente ligados al contexto médico-asistencial) que dan
sentido a esta actuación humanitaria, piadosa y compasiva.
La
eutanasia tiene por finalidad evitar sufrimientos insoportables o la
prolongación artificial de la vida a un enfermo. Para que la eutanasia sea
considerada como tal, el enfermo ha de padecer, necesariamente, una enfermedad
terminal o incurable, y en segundo lugar, el personal sanitario ha de contar
expresamente con el consentimiento del enfermo.
El
derecho a la vida es un derecho a una vida digna y que ese derecho trasciende a
la propia persona y alcanza a la familia y a la sociedad. Por tales razones, la
eutanasia está excluida de la protección constitucional, aunque deba reconocerse
a nivel infra constitucional el derecho a una muerte digna, que posibilite al
paciente la facultad de decidir sobre el tratamiento médico, rechazando el que
no le satisfaga.
La
sentencia del Tribunal Constitucional de 18 julio 2002 citó las anteriores
sentencias del mismo Tribunal de 20 junio y 19 julio 1990 para recordar que el
derecho fundamental a la vida tiene "un contenido de protección positiva
que impide configurarlo como un derecho de libertad que incluya el derecho a la
propia muerte". En definitiva, "la decisión de arrostrar la propia
muerte no es un derecho fundamental, sino únicamente una manifestación del
principio general de libertad que informa nuestro texto constitucional".
Sólo
cuando el enfermo consiente verdaderamente que se acorte su vida podría
pensarse que está permitida la eutanasia pasiva, supuesto en que la muerte del
paciente se produce a consecuencia de la retirada del tratamiento médico que la
estaba prolongando. Se trata de una decisión personalísima del enfermo,
absolutamente indelegable.
Todos
tenemos claro, pues, que es la eutanasia.
El
estado proclama el derecho a la vida, que además ha de ser digna. Ya empezamos
mal, pues la vida en sí misma, no hay nadie que la haya solicitado, la vida nos
viene impuesta. Alguien voluntaria, inconsciente o obligatoriamente da vida a
un ser humano. Pero el concebido no la eligió, pidió o suplicó. Es decir que
nos encontramos en este mundo por la voluntad o accidente de otros seres
humanos.
Si la
vida es un derecho y a mí no me gusta, no me apetece, no la entiendo, no la
soporto o simplemente no le encuentro sentido, ¿porqué no puedo yo renunciar a
ese derecho?.
Si el
derecho a la vida se convierte en una obligación, no somos más que esclavos condenados
a ella, solo por el hecho de que a alguien se le ocurrió tener un hijo para
regocijo personal, tradición, instinto o perpetuidad de la especie en general y
linaje en particular.
Podemos
renunciar a todos los derechos que se nos ocurran por voluntad propia, todos
excepto uno. La Vida.
Y en
este punto entran los estados, los reguladores. Ellos son los que nos niegan el
derecho más importante, el de elegir si queremos o no queremos vivir. Algunos
dirán que siempre nos queda el recurso del suicidio (tirarse a la vía del tren,
cortarse las venas, tirarse de un edificio, ahorcarse o pegarse un tiro), que
suele ser como violento. Otros aportarían la idea del suicidio vicioso y legal
(fumar, beber en exceso, deportes de alto riesgo, relaciones sexuales sin
precaución o nacer en un país subdesarrollado donde la mortalidad accidental o
no, es algo natural, dile hambre, sed, enfermedades infecciosas, o nuestra gran
amiga la guerra).
Unas y
otras nos dan derecho a renunciar a la vida, con dolor, sufrimiento y miedo.
Esa es única salida que nos dejan. El derecho a morir voluntaria y dignamente,
creo que tendría que ser un derecho universal y sin más acotamiento que el de
la mayoría de edad, esa edad en que uno toma conciencia de la vida.
Uno
puede renunciar a sus derechos, pero no a sus obligaciones, por lo tanto la
vida no es un derecho, es una obligación.
En los países
con legislaciones religiosas, allá cada uno con la suya y sus normas, pero en
los países laicos o aconfesionales la obligación de vivir solo puede justificar
por razones moralistas éticamente reproblables. Solo puedes “suicidarte” con
productos vendidos por el estado, tabaco, alcohol, pornografía,…..o acudiendo a
la guerra para salvaguardar la patria de forma obligatoria, en esos casos,
parece ser que al estado le importa muy poco, que ello te pueda ocasionar la
muerte, ya que ello le reporta un beneficio.
El
estado, constituido por los representantes del pueblo o por un dictador, no
pasan hambre, no pasan sed, tienen una vivienda, dinero (ellos se ponen el
sueldo), una sanidad privada, no van a la guerra, etc…etc….etc…. . Haz lo que
yo te diga, pero no podrás hacer lo que yo haga, si ello te reporta
sufrimiento, recuerda que es por tu bien, estamos defendiendo tu derecho a
sufrir y si fuera necesario, indignamente.
Con lo fácil
que sería ir al ambulatorio y que el médico te pusiera una simple inyección.
Una
muerte sin dolor, sin traumas, sin violencia, sin miedo. Una muerte limpia. Una
muerte digna.
Se la
ofrecemos a nuestros animales de compañía y el nos la niegan a nosotros, a
nuestros hijos, a nuestros padres. Hemos
de verlos vivir con amargura, con locura, con dolor o demencia, y lo peor, no es que nosotros los
veamos, lo grabe es que ellos “viven” así.
El que
quiera vivir, sean cuales sean las circunstancias, fantástico.
El que
quiera morir, sean cuales sean sus motivos, fantástico.
El que
te obliguen a una cosa o a otra, indignamente, deplorable, inhumano,
despiadado, cruel, sádico y………….. acogido a derecho.
El
estado se está aplicando a sí mismo, una eutanasia digna. La misma dignidad con
la que redacto el derecho a la vida, o lo que es lo mismo, a tener derecho sobre
la vida de los demás.
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